No soy
muy aficionado a las emociones fuertes. No disfruto las grandes velocidades o
alturas. De hecho, alguna vez me subí a un pequeño cerro a tomar una foto del
paisaje y tuvieron que subir por mi para rescatarme. Pero bueno, había que
tomar los bosques de manglar en la región de La Paz desde las alturas. En
primer lugar, porque en estas zonas áridas el verde de los manglares resaltan
entre los ocres del desierto y, ya que sólo reciben agua dulce durante una muy
pequeña parte del año, el tamaño de estos bosques es muy pequeño. En segundo
lugar, porque al ser la ciudad más grande en el sur de la península los
manglares han sido destruidos casi al ritmo de su crecimiento. Quería
documentarlo.
Al regreso del viaje, la imagen de la devastación. Decenas de casas iguales, con techos rojos y amarillos, dividen casi perfectamente a la mitad un bosque verde de manglar. Parecen cajas de zapatos acomodadas para guardar lo que sea. Averigüe que la compañía constructora taló los manglares en un fin de semana feriado. Como en ese entonces solamente se tenia que pagar una multa por destruir manglar, la compañía prefirió pagarla ya que era de tan sólo mil dólares la hectárea. Un valor tazado por el gobierno Mexicano, cuya estimación no es clara y por supuesto representa un valor muy por debajo de estimaciones internacionales que llegan hasta 100 mil dólares por hectárea.
Me sigue asombrando la capacidad de destrucción que tenemos, pero me asombra aún más, que el resultado de esa destrucción sea tan absurdo. Durante la temporada de huracanes, esas casas se inundan frecuentemente por estar en una zona de humedal. Además, sin la protección del manglar, los daños son cuantiosos, incluso puede llegar a la pérdida total, en aquellos años donde las lluvias son extraordinariamente fuertes. ¿Acaso el hombre no puede encontrar una manera más inteligente de construir?